A Cecilia María
Tardíamente Cecilia, me enteré de tu inconformidad con tu segundo nombre, quizá el más universal de todos los nombres, también el que han poseído millones de mujeres críticas como tú; que siempre compartieron su vida entre gentes, repartiendo saetas, ironías, versos y notas musicales. Sin duda que no dejarás de hacer eso y más, lo que más quisiste, crear, inventar, trazar, queriendo plasmar tus ansias redentoras para que el mundo, y sobre todo los tuyos, no te puedan olvidar.
Bueno pues, será así. No podremos alejar tu señorío, tu elegante andar entre las piedras, venciendo las dificultades a pesar de lo empinado de sus cuestas y no podremos dejar de opinar de tus finas y agudas salidas en el momento más acertado, no podremos dejar de ver tus trazos ocres en las paredes de los hogares de tus queridos amigos. No podremos dejar de leer tus cuadernos de música tan celosamente guardados, para que al final cuando ya es posible el gran reconocimiento a Adolfo, vengas a irte seguramente para adelantarte en el conocimiento del programa definitivo.
No podremos olvidar tu dedicación a Dios, porque fue tan intensa como las notas de tus cantos al vibrar en cada reunión de cada día en la casa de Dios que te fue tan cara, querida. No podrán olvidarte tus sobrinos ya que fuiste maestra transmisora de la pasión de la familia, la música. No podrán olvidarte tus hijos con quienes compartiste hasta el último aliento. Tu inmensa pasión por el Arte y por transmitir hasta la inmensidad, esas notas musicales, valor y esencia de toda vuestra descendencia.
En fin, no podremos olvidarte sentada al piano recreando La fiesta de las niñas, María Cecilia o Triste y Solitario, porque además nunca dejarás de interpretarlas allá entre los humocaros, cantando y haciendo sonar tu estirpe de mujer y tu talante de artista.
Winston Gimenez
Barquisimeto, 13 de marzo de 2005